JOSEFINA, LA GRAN MARRON DE POTRERILLOS

Josefina, la Gran Marrón de Potrerillos

Cerca del mediodía llegamos al río Mendoza, en la zona del arroyo Alumbre, luego de cargar GNC y sortear los controles de Gendarmería Nacional, quienes nos pidieron correctamente nuestros respectivos carnés de pesca. La temperatura del aire rondaba los 0ºC y la del agua era de 3ºC, el color de ésta última era blanco, lo más claro que se lo puede encontrar a este Río. Luego de varios intentos y cambios de moscas, sólo obtuvimos 2 piques. Foto mediante, decidimos partir aguas abajo, más precisamente al Embalse Potrerillos.
Luego del asado de rigor elegimos una bahía para comenzar los lanzamientos, a los pocos minutos nos demostraría lo acertado que había sido nuestro instinto. David clavó un salmónido de unos 40 cm de largo que luego de unos 5 minutos de lucha se ocultó tras unos arbustos sumergidos, para después tener que cortar la línea.

La actividad siguió y David sacó tres más que fueron devueltas como lo dice el Reglamento, todas sobrepasando los 800 g. Mientras tanto yo me desplacé a un lugar vacante que dejó otro mosquero, frente a nuestra “base de operaciones”, que era custodiada por mi amigo. Mi decisión de ir a un lugar recientemente abandonado por otro pescador puede ser juzgada, pero mi arriesgada tuvo su recompensa.
Tiré unas diez veces con una mosca atada por mi en otro viaje de pesca en el río Pulmarí en Neuquén. Los resultados obtenidos por David recomendaban poner esa mosca, probando distintas alternativas para recoger la línea. Pero siempre dejando que el engaño tomara la poca profundidad que mi línea de flote le permitía junto con el líder 3X que usaba en ese momento. Luego de dejar descansar la mosca a mitad de camino y retomar la recogida sentí como se frenaba y la punta de la caña comenzaba a vibrar. Y así tan rápido como la tomó, la soltó.


Mentalmente ubiqué el lugar y reiteré el lanzamiento, el cual una ráfaga de viento lateral desvió a último momento. Un intento más, correctamente presentado fue infructuoso. Y como el dicho reza, la tercera es la vencida. Cuando venía recogiendo, unos 5 metros antes del pique anterior, se frenó mi línea, instintivamente levanté la punta de mi caña 5/6, sentí la vibración, la tensión en mi mano y luego esa hermosa fuerza que desde adentro del espejo obligaba a la punta de mi caña a señalar la ubicación de la fuente que la provocaba. No pasaron más de cinco segundos, para que con el Sol de frente, acercándose a la cúspide del Cordón del Plata, generando brillos dorados sobre las olas que producía el viento sobre la superficie del Embalse, emergiese de las profundidades esa hermosa Gran Marrón, imponente, poderosa, aguerrida, soñada. única…

Saltando cual una Arco Iris, se despegó unos cincuenta centímetros del agua, para con el estruendo producido con su vuelta al vital elemento, llamar la atención de mi amigo David quién gritaba a la distancia: “Es enorme, es enorme!”.

Paso seguido, manteniendo la tensión en la línea, procedí a guardar en el reel, la parte no utilizada de la cola de ratón, con el objeto de entablar la lucha sólo con el freno y el trabajo de caña. La pelea se extendió por unos 25 minutos, los cuales le dieron tiempo a David a recorrer los varios metros que nos separaban, haciendo caso omiso al dolor provocado por una tendinitis en su pie. Cuando llegó me indicó de un lugar en la orilla más apropiado, con menos arbustos, para la extracción del ejemplar, distante unos 30 metros de mi posición original. El trabajo que llevó trasladarme hasta este nuevo punto, sorteando la vegetación, tratando que no se enredara la línea y encima teniendo a esta fortísima trucha enganchada peleando, es indescriptible. Pero lo logré y pude acercarle mi celular a David para que inmortalizara el momento.

Cuando estuvo lo suficientemente cansada, la acerqué hasta la orilla y ahí pudimos ver el real tamaño de este ejemplar, el cual era mayor al que suponíamos mientras peleaba. Tal vez para no ilusionarse, uno imagina que es menor a lo que parece, aunque la fuerza y vivacidad eran difíciles de subestimar.

Luego de las fotos de rigor decidimos rápidamente dirigirnos a la “base de operaciones” donde estaba la balanza. Los signos vitales disminuían y había que apurarse para hacer lo último, pesarla. Con el sufrimiento de la tendinitis antes mencionada mi amigo corría a la par mío, lo cual yo hacía con la Gran Marrón en brazos, cual un bebé, para no lastimarla.

Al llegar vimos unas personas disfrutando de la hermosa tarde, quienes se convirtieron en ocasionales testigos de este inolvidable momento. Balanza lista, trucha enganchada y lectura. Luego de tres rápidas pruebas para evitar errores el valor final 2,600 Kg.

No había que perder más tiempo, debía volver a su hogar. Luego de una oxigenación en la orilla se escapó de entre mis manos y fue en ese momento cuando una de estas personas, la misma que apenas la vio preguntó si ladraba jaja, me dijo, hay que ponerle nombre. Y yo le contesté sí, se llama Josefina.

Y a vos Josefina te quiero agradecer por haberme dado la mayor de las satisfacciones en estos dos años de mosquero.

“No hay nada más lindo que comer una trucha junto al agua, y no hay nada más lindo que devolver una trucha al agua”